lunes, octubre 24, 2005

Un triste recuerdo

Muchos sectores de la ciudad presentaban este aspecto después del terremoto. Las edificaciones destruidas, sus restos apilados sobre las aceras y calzadas.


Hola:
Lectores de este blog me han cobrado la palabra y me piden que les relate mi experiencia en el terremoto que sacudió Valdivia el 21 y 22 de mayo de 1960. Estos son sólo algunos apuntes de mis recuerdos sobre el sismo más violento registrado en la historia de la humanidad, con una intensidad de 8,75 grados en la escala de Richter, y un feroz maremoto. Ambos fenómenos dejaron más de 2.300 personas muertas. Algunos cronistas suben la cifra a 10 mil. La magnitud del cataclismo es tan grande, que no alcanzarían estas líneas para hacer una síntesis de sus aspectos más relevantes, ni es mi objetivo hacerlo. Por eso recurro a dos enlaces que me parecen muy buenos. El primero tiene excelente información y el segundo una amplia gama de fotos.
Alrededor de las 05.40 horas del sábado 21, terminaba de leer un libro apasionante, Kon Tiki, de Thor Heyerdal, que debía devolver horas después, y empezaba a escribir una carta a mi madre, Ilda Pezoa Manríquez, quien vivía en Concepción, cuando el edificio del hotel comenzó moverse, lenta y prolongadamente. Eran las 06.02 horas y el inicio de una catástrofe que asoló todo el sur de Chile y borró del mapa a pueblos enteros.
Escribí algo así como: “Mamá, en estos momentos está temblando... Me pararé para sostener la lámpara que oscila y me molesta ver como la sombra de la mano se mueve sobre el papel... Debe ser un terremoto muy fuerte en algún lugar lejano, porque dura mucho. Es un temblor suave como el de un barco...” Terminé mi carta y me acosté.
A las 11.00 horas, fuí al correo y, en seguida, fuí a la Costanera de Valdivia, donde se realizaba el desfile cívico militar con motivo de conmemorarse el Combate Naval de Iquique. De pronto, una frase dicha en broma por un joven hizo sonar la alarma en mi mente. “Podriamos ir a Conce para tomar gloriao, en los velorios”. -¿Que pasó? ¿Alguna tragedia en el mineral de Schwager?- le pregunté.
-No. Un terremoto dejó la “tendalá” esta mañana en Concepción. Hay muchos muertos.
El sismo tuvo una intensidad de 7.25 grados en la escala de Richter. Luego, a las 06.33 hubo otro, de similar fuerza, también en la ahora capital de la Región del Bio Bio.
Recurrí a Carabineros e Investigaciones con el propósito de pedirles ayuda para saber que suerte había tenido mi madre, quien arrendaba una pieza en el sector de la Plaza Cruz. Pero, todas las comunicaciones estaban cortadas. Supe, luego, que una persona había muerto en esa dirección, pero ignoraba su nombre. Se trataba de don Eduardo Parodi, un empleado de comercio, inquilino de la otra parte de la vivienda.
Al día siguiente, a las 14.58 horas, tembló de nuevo en Valdivia. Me bañaba, me preparaba para viajar en tren hasta Temuco y seguir por cualquier medio hacia Concepción para ver a mi madre. Incluso estaba dispuesto a ir a pie, desde allí. Bajé al restaurante del hotel, donde había un receptor de radio. El boletín denominado Ralconoticias señaló: “Hace unos minutos, hubo un temblor de regular intensidad en Concepción...” Me sorprendió, porque lo sentí mucho más fuerte y de onda más corta que la que tuvo el temblor de la madrugada anterior. Se lo comenté a quienes me acompañaban. ¡Será que el terremoto se acerca! En broma, uno de ellos me dijo: “Termine de bañarse y no sea pájaro de mal agüero”. Pocos minutos después, el peor movimiento telúrico que haya vivido confirmó mi aprensión.
Terminaba de vestirme, cuando el edificio de madera del hotel Valdivia, ubicado casi frente a la estación de Ferrocarriles, no confundir con el lujoso Pedro de Valdivia, situado en pleno centro, comenzó a ser sacudido por un fuerte terremoto, de 7.5 grados. Caí al bajar, corriendo, la escalera de madera. En medio del movimiento, salí a la calle. Atravesé con dificultad la puerta, trabada. Desde las ventanas del segundo piso, vidrios destrozados caían sobre la acera. Los cables conductores de la energía eléctrica se cortaban y sonaban en medio de chisperío. Los postes de madera que los sostenían se cimbraban como varillas.
El viejo edificio de concreto de la estación ferroviaria se derrumbaba y producía una nube densa de polvo que cubría a las personas que habían huído hasta la intersección de la calle Brasil con Simpson. Un taxibús bajaba por esta última vía, escapando de los conductores eléctricos y, al parecer, arrolló a quienes estaban agrupados en el centro de la vía, invisibles para el conductor del vehículo. Se oían gritos, desesperados. ¡ Misericordia, Señor! El frontis de una de las viviendas de la cuadra se derrumbó sobre la calzada y aplastó a quienes habían dejado despavoridos sus casas.
A las 15.40, precedido por un fuerte ruido subterráneo, el suelo era sacudido con fuerza por un terremoto mayor, de 8.75 grados. Algunas personas fueron derribadas por el movimiento. Ayudé a una niña que gateaba, llorando a gritos, a subirse a una camioneta estacionada, que se movía en todos los sentidos, como zamarreada por brazos invisibles. Bajo un cielo cubierto de nubes, mientras se producían las primeras de innumerables réplicas, la gente trabajaba en un desesperado rescate de supervivientes, heridos, o los cuerpos de sus familiares o seres queridos. La noche cubrió muy rápidamente el dantesco escenario de una ciudad aplastada, destruida y con vastos sectores inundados, sobre el cual se desarrollaba el drama de velar y llorar a los muertos. Los pasajeros del hotel pasamos la noche junto a un fogón encendido en el patio, mientras lloviznaba y temblaba sin cesar.