domingo, octubre 30, 2005

Un triste recuerdo (II)


Ilda del Rosario Pezoa Manríquez, mi madre, aparece en una foto captada hace unos años.

Hola:

En el día después del terremoto de Valdivia, el lunes 23 de mayo de 1960, fui al centro de la ciudad para buscar alguna forma de viajar a Concepción. Las ruinas de muchas viviendas cubrían las aceras y parte de las calzadas, cuyas placas de pavimento estaban severamente agrietadas o en el aire, debido al hundimiento del suelo que las sostenía. En algunos tramos, caminar por medio de la calle parecía hacerlo sobre gelatina. La torre del edificio de Bomberos había caído y las manecillas de su reloj, de más de un metro de largo, y su esfera yacían sobre la calle. El sismo, de 9,5 grados en la escala de Richter, el de mayor magnitud que se haya registrado en la historia de la sismología, había aplastado las construcciones, industrias y escuelas. Las convirtió en amasijos fatales de concreto, fierros, adobe, ladrillos y cuerpos de miles de víctimas. Si hubiera ocurrido de noche, la cifra de muertos, que no se conoce con exactitud, habría sido muchísimo mayor. Las secuelas del cataclismo son tantas que consignar sólo un mínima parte de ellas alargaría en exceso estos apuntes. Sólo consignaré mi experiencia personal.
Junto al correo, funcionarios repartían hojas de papel a quienes quisieran enviar cartas abiertas a sus familiares para comunicarles lo más urgente. Escribí de nuevo a mi madre. Fui a la Costanera, donde el 21 se realizó el desfile, pero la cubrían las aguas del río Calle Calle. Sólo el busto de Arturo Prat sobresalía de las aguas turbias, que arrastraban restos de casas de madera, animales muertos, troncos de árboles, hacia el mar. Poco después, cuando subía la marea, muchos de estos objetos regresaban río arriba en un viaje aterrador que llenaba de zozobra a quienes lo observaban.
Ese mismo día, lunes, el avión del presidente Jorge Alessandri Rodríguez sobrevoló la ciudad. No aterrizó en Las Marías, debido al mal estado de la pista, que tenía gran parte bajo el agua. Veinticuatro horas después, comenzó a llegar la ayuda nacional e internacional. A la mañana siguiente, temprano, preparé mi maleta, crucé el puente Las Ánimas, que se mantenía en pie, y caminé al aeródromo por una ruta en cuyos tramos inundados el agua me llegaba a las rodillas. Numerosas personas esperaban viajar también en los aviones que habían traído asistencia humanitaria a la zona de la catástrofe. Algunas de las aeronaves regresaban a Santiago y otras a sus países de origen. Sólo las primeras aceptaban llevar a damnificados, como pasajeros.
Oí a un piloto decir que uno de los motores de su nave tenía una falla mecánica.
- Tengo problemas con el motor derecho. ¿Dónde puedo aterrizar de emergencia, entre Valdivia y Santiago?
- En Hualpencillo, Concepción – le respondió un funcionario.
Inmediatamente, le rogué que me trajera. Me insistió en que no podía hacerlo, por el riesgo que implicaba volar con esa falla. Pero, mi porfía fue más fuerte y el piloto del carguero de la Fuerza Aérea de Uruguay accedió a transportarme. Una fina y persistente llovizna caía sobre Valdivia, cuando la aeronave despegó, sin problemas, rumbo al norte. La carlinga estaba vacía. Sólo tenía sendas bancas laterales en ambos costados. Yo me senté junto al motor, para no perderlo de vista. Como todos los aviones cargueros de esa época, a hélice, vibraba y congelaba a quien no iba lo suficientemente bien abrigado. El copiloto salió de la cabina de mando y me pasó un palo de fósforo para que lo mordiera y evitara, de ese modo, el molestar que el cambio de presión barométrica provocara en mis oídos.
De pronto, a la altura de Temuco, el motor comenzó a detenerse. Luego, la hélice quedó detenida, transversal al ala. El copiloto volvió a la carlinga y me dijo:
- Tienes suerte, cabro. Aterrizaremos en Concepción.
Sentí una irresponsable alegría. Un motor malo significaba un riesgo importante, pero yo podría reunirme con mi madre. Poco después, la aeronave dio varias vueltas sobre Hualpencillo y se posó sobre la pista, cubierta en muchas partes por el agua lluvia. En esos años, ese era el único aeródromo de Concepción y estaba situado cerca del Club Hípico. Salí a Colón y tomé un bus de la ETC del E, la desaparecida Empresa de Transportes Colectivos del Estado, en el que viajé hasta Prat esquina Cruz. Corrí hacia la casa en que mi madre, Ilda del Rosario Pezoa Manríquez arrendaba dos piezas, en San Jorge 103, y mientras miraba, preocupado, los daños de la construcción parcialmente destruida, la esposa de Rinoshin Fuji, un ciudadano japonés que fabricaba el champú en polvo “Capullo de Oro”, me avisó que mi mamá estaba bien y que se había trasladado a la casa de su hermano, mi tío Emilio, en Bulnes 669. Una vez allí, nos estrechamos en un emocionado abrazo. Eran las 15.30 horas, aproximadamente, del miércoles 25 de mayo de 1960. Mi alegría por encontrarla bien no conseguía borrar el drama que había presenciado en Valdivia.
Esa tarde, salí al centro a conocer los daños que el terremoto había dejado en Concepción, mi ciudad natal. El panorama urbano era desolador. El sismo derribó muchas construcciones en las calles Maipú, Los Carrera y Freire. Cortó el puente carretero, denominado después Puente Viejo, a pocos metros de la ribera norte y en otros dos tramos. Hacía dos años, había sido reconstruido, ahora en concreto. Desde 1942, era un viaducto de madera.
Al día siguiente, en un bus Vía Sur, viajé a Santiago, para reanudar mis actividades. Atrás quedaba el gigantesco desastre con su carga de muerte, dolor, destrucción y esperanza.

1 Comments:

At octubre 31, 2005 5:09 p. m., Anonymous Anónimo said...

Te felicito por el relato de tu viaje Valdivia-Concepción. Me imagino que la situación de emergencia hace que se asuman riesgos impensados.

Se me ocurre que son pocos los momentos en la vida, en que uno siente que se esta siendo protagonista de la historia. En lo personal no he vivido aun en ese momento.

Hace algunos dias vimos con mi esposa amada la pelicula de Salvador Allende. Nos dio la impresion que en aquellos años, se estaba construyendo una historia y que cotidianidad tenia otra connotación.

Bueno, lo felicito por el blog y me alegra que conparta su experiencia y su subjetividad con todos nosotros. Eso se llama generacion de conocimiento y es un patrimonio.

Saludos

Fco.

 

Publicar un comentario

<< Home