sábado, diciembre 22, 2007

Trazamos un triángulo en el desierto

El Parque Nacional Rio Loa es un paseo que ningún visitante a la ciudad debería de perderse. Posee verdes jardines, terrazas con quinchos, un puente colgante y un torreón desde el que he captado esta vista parcial del lugar.


“Norte, llego por fin a tu bravío/ silencio mineral de ayer y de hoy,/ vengo a buscar tu voz y a conocer lo mío/ y no te traigo un corazón vacío:/ te traigo todo lo que soy”. Pablo Neruda.

El jueves 29, Ida y yo iniciamos un circuito triangular, desde Antofagasta a la Cordillera, Calama, San Pedro de Atacama y regresamos al litoral, en Iquique. A las 14.00, el Pullman Bus inició su travesía hacia el Oriente, en medio de un calor achicharrante, por el desierto más seco del mundo. Luego, tras dejar la ciudad, el vehículo se desplaza veloz por la raya gris dibujada sobre la ancha cartulina color pastel, moteada de cerros que pierden altura en la medida que se acerca a la depresión extendida entre las dos cordilleras, la de la costa y la de Los Andes. Pronto, pasa frente al hito que marca la línea imaginaria del Trópico de Capricornio. En la distancia, se divisa la mancha verde de un oasis, pero, de nuevo, los ojos del viajero se llenan de horizontes, de áridas lejanías, de inmensidad.
Más allá, cerca de la carretera, toda vestida de blanco, una sobreviviente industria produce salitre, “harina de luna llena/ cereal de la pampa calcinada/ espuma de las ásperas arenas/
jazminero de flores enterradas", como Pablo Neruda definió al nitrato.







Cerca de la carretera, una sobreviviente industria produce salitre.


Poco antes de llegar a Baquedano, un letrero luminoso nos da la bienvenida a esa localidad formada todavía por una calle, escoltada por refrescantes filas de árboles, entre los que se yergue el verde pimiento, desafiador de la sequedad socarradora del desierto. Un viejo estanque de agua, situado junto a la vía férrea, nos recuerda que el pueblo, habitado ahora por sólo 514 personas, fue importante, porque constituía el punto de cruce de los ferrocarriles de Antofagasta a Bolivia y el Longino, como la gente llamaba al que unía a Calera con Iquique.







El viejo estanque que sobrevive junto a la línea férrea nos recuerda que Baquedano fue importante, porque constituía el cruce de rieles entre los ferrocarriles que unían a Antofagasta y Bolivia y el longitudinal.

Después de una corta detención, el bus sigue su viaje rumbo al noreste, cruza la carretera longitudinal y pasa junto a los esqueletos grises de las extintas oficinas salitreras José Santos Ossa, Pampa Unión, y otras. En un aparente deseo de mostrarse, el viento de la pampa se afana en su viejo oficio de construir remolinos de arena y los conduce en un baile crepitante sobre la calcinada superficie del desierto.
Pampa Unión tuvo una corta vida: Su mejor época se registró en 1920, pero diez años después comenzó su agonía.

Tras recorrer 261 kilómetros, arribamos a las 17.05, a Calama. En el centro, la estatua al minero del cobre preside el quehacer de una apretada multitud en el paseo peatonal Eleuterio Ramírez, que concentra la mayor actividad comercial de la ciudad. Después de instalarnos en el Hotel Atenas, recorrimos las principales calles, su hermosa plaza 23 de Marzo, el mall y otros lugares de interés. La bajísima humedad relativa del aire, la elevada temperatura reinante, el viento y la radiación ultravioleta, que marcaba un índice extremo de 15 puntos, afectaron la salud de Ida. El colirio descongestionante aliviaba sólo por unos momentos su ojo derecho, que le ardía intensamente. Cuando se respira, al aspirar se siente el aire áspero y extraño bajar hasta la tráquea, o los bronquios. Debemos aumentar el consumo de líquidos.











En calle Eleuterio Ramírez, delante de la estatua del minero del cobre, un grupo toca música en beneficio de la Teletón 2007.
El viernes, al mediodía, viajamos a San Pedro de Atacama. El bus de la línea Frontera del Norte sale con más de una hora y media de retraso. En medio del deslumbrante paisaje, la cinta negra de la ruta se desvanece en la distancia y es reemplazada por el lago aparente de la reverberación, que se pierde hasta el horizonte. En medio de ese horno de luz solar, viento seco y caliente, dos ciclistas desafían las condiciones extremas del desierto pedaleando sus bicicletas cargadas con su pesado equipaje. Luego, el bus remonta la cordillera Diego Barros Arana y, desde la cima, un panorama inmenso, de extraordinaria belleza, se abre frente a los ojos maravillados del viajero. Abajo, una hondonada verde oscura antecede las estribaciones de Los Andes altiplánicos, donde el volcán Licancabur, es el soberano de una cadena de altas montañas.
“Esta cordillera, de faldas interminables, la cortan hondas quebradas, donde blanquean pedrones cenicientos y retorcidos trozos de cuarzos, que producen la impresión de dispersos esqueletos de ríos muertos”, canta Gabriela Mistral.










Al fondo, el Licancabur, soberano absoluto de la cadena de montañas que le rodea y el valle donde se sitúa San Pedro de Atacama.
Numerosos turistas, quienes, en su mayoría, hablan lenguas de lejanos países, recorren las estrechas calles de la turística localidad. Después de almorzar, visitamos el museo arqueológico del padre Gustavo Le Paige, que ahora no muestra algunas de sus innumerables momias, como lo hacía en enero de este año cuando lo visité por primera vez. Las reemplazan nuevos elementos de indudable interés e importancia histórica. Enseguida, hicimos una romería al antiquísimo cementerio y recorrimos el mercado artesanal. Un bus de la misma línea llegó con más de una hora de retraso a buscarnos y regresamos a Calama.
Turistas nacionales y extranjeros recorren las estrechas calles de San Pedro de Atacama, visitan su iglesia, el museo del padre Gustavo Le Paige o sus mercados de artesanías.
El sábado, en la mañana, fuimos al espléndido Parque Nacional El Loa, que ofrece al visitante terrazas, equipadas con quinchos, miradores, y el magnífico Museo Arqueológico y Etnológico. La atracción principal es el río Loa- luu en quechua, el que almuerza-, que lo atraviesa, después de que sus cristalinas aguas son retenidas por un tranque artificial. Sobresalen un puente colgante que permite cruzarlo y el Torreón Mirador –inspirado en los pukaras-, que fue construido con piedra de cantera roja en sus 10 metros de altura.


Un tranque artificial retiene al río Loa, en su larga y milagrosa travesía hasta el océano Pacífico.

Después de haber visitado esa hermosa y agradable ciudad, completamos el triángulo que nuestro circuito dibujó en el vasto desierto de Atacama, al viajar durante la noche a Iquique, capital de la provincia de Tarapacá.