miércoles, enero 17, 2007

De San Pedro a San Pedro (II)

Luís, Hugo y yo, llegamos el viernes al atardecer a San Pedro de Atacama, el extremo de nuestra gira de conocimiento y reencuentro con el pasado.


Al comenzar la segunda etapa de nuestro viaje de conocimiento y reencuentro con el pasado, mis hijos Luís y Hugo, y yo, visitamos la seductora ciudad de Calama, Chuquicamata, escenario de uno de los más importantes procesos industrial y social registrados en Chile, y la mística San Pedro de Atacama. Fueron los lugares más interesantes y hermosos de nuestro grato y breve periplo por la zona norte.



















Calama me sorprendió. Es una ciudad muy distinta a la escasamente habitada, con calles casi desiertas, en que residí en agosto y septiembre de 1959. Ahora, exhibe un centro alhajado con monumentos, espejos de agua, una plaza remozada, un paseo peatonal, Eleuterio Ramírez, rodeado por un activo comercio establecido e instituciones de diversa índole. Experimenta los efectos de una ingente explosión demográfica, porque comienza a acoger a la población que emigrará en su totalidad desde la cercana Chuquicamata. Numerosas villas, color pastel, se levantan y se extienden junto a la carretera para cobijar a más de 15 mil personas. Este fenómeno social y su calidad de quinta ciudad símbolo del Bicentenario motivan a sus autoridades a proyectar la construcción de grandes obras estructurales orientadas a modernizarla, aun más. Después de recorrer sus arterias centrales y visitar su iglesia cuya torre fue restaurada con cobre de Codelco, subimos al denominado campamento de Chuquicamata.

Mientras ingresábamos a Chuqui, como se le dice en lenguaje informal, nos parecía penetrar en una gigantesca maqueta cuyas desoladas calles eran recorridas sólo por el viento, que producía el único ruido que el viajero podía escuchar. Luego, bajo el quemante sol del mediodía, alguna camioneta, perteneciente al mineral, atravesaba veloz la deshabitada población. En algunos lugares, trabajadores del yacimiento demolían los desocupados edificios.
La mayoría de las viviendas unidas entre sí, en cada cuadra, tienen sus ventanas cubiertas por sendas planchas de zinc y sus puertas selladas. En carteles pegados en sus muros, las autoridades advierten al visitante que, por seguridad, no se acerque a las edificaciones en proceso de demolición. Todos los habitantes son trasladados a grupos residenciales que se les construye en Calama, distante sólo unos 20 minutos en automóvil, al acatar lo dispuesto por la ISO 14.001. Las montañas artificiales de residuos del proceso de extracción de cobre cubrirán los espacios donde se levantaron las casas y la contaminación por polvo y otros elementos químicos convierten el lugar en un sitio peligroso para vivir.

















En la plaza, numerosos turistas, muchos extranjeros, se preparan a tomar parte en un tour por el interior del mineral, el mayor a cielo abierto que existe en el planeta. Alrededor de las 14.00, un bus de Codelco nos llevó al borde de la gigantesca cuenca artificial. El guía nos explica que es tan grande que puede ser vista desde la Luna. Su forma elíptica tiene 4,6 kilómetros de largo y más de 3 km de ancho.
Su boca es de unos 8 millones de metros cuadrados y su profundidad, de más de 900 metros. Sus trabajadores remueven diariamente 600 mil toneladas de material, cifra equivalente a remover 1 ½ cerro Santa Lucía cada 24 horas. Como existe mucha y muy interesante información sobre el yacimiento, para no alargar demasiado este post, preferí hacer dos vínculos al respecto.



Enseguida, viajamos a San Pedro de Atacama, a donde llegamos encandilados por la belleza del paisaje que contemplamos desde la elevada cuesta Diego Barros Arana. En el pequeño poblado enclavado en un oasis del altiplano de la II Región, cuya agricultura es posible sólo a las lluvias del “invierno boliviano”, que riega el desierto de Atacama, el más árido del mundo. La mayoría de sus 4.970 habitantes vive del turismo y la agricultura, actividad en la que usa los mismos métodos de cultivo que empleaban sus ancestros hace miles de años.



Apenas llegamos, visitamos el museo del padre Gustavo Le Paige de Walque, que exhibe una valiosa colección de piezas representativas de la evolución experimentada por la cultura atacameña en un periodo de más de once mil años. Resaltan numerosos utensilios de cerámica, vestimentas y antiguas momias, elementos seleccionados de entre otros 450 mil objetos arqueológicos y 100, etnográficos. Una sala muestra pertenencias de su fundador, el estudioso sacerdote jesuita, de origen belga, cuya estatua parece dar la bienvenida al visitante, junto al frontis, en el costado izquierdo, del edificio.
Luego, recorrimos las estrechas calles de la localidad, que se caracterizan por tener acera sólo en uno de sus lados, visitamos su antigua iglesia cuyo cielo es de madera del cactus conocido como palo de agua, su cementerio, donde la mayoría de las tumbas son túmulos funerarios, y su mercado artesanal.

Mientras el sol parecía desplomarse en forma acelerada en el poniente, salimos rápidamente hacia el Valle de la Luna, a donde llegamos con algunos minutos de retraso, pero alcanzamos a contemplar el paisaje lunar iluminado por los rayos solares del crepúsculo que dota de cambiantes colores la superficie y las laderas de las montañas. Corrimos a la cumbre de una elevación arenosa adonde llegamos con el corazón en la mano por el esfuerzo que representaba escalarla caminando por la acentuada pendiente arenosa. Pero ya, algunos turistas comenzaban a descender comentando en voz alta la maravillosa vista que habían presenciado.





El valle es una depresión de sólo 500 metros de diámetro de suelo salino. Las formas escultóricas que sus montes han adquirido se deben a las transformaciones que la corteza terrestre ha experimentado en ese lugar, provocadas por los plegamientos del fondo lacustre del salar. Ese sitio es el más inhóspito del mundo, porque carece de humedad y cualquier forma de vida.
La noche caía sobre el desierto y borraba el maravilloso panorama que las montañas de la Cordillera de la Sal ofrecían al viajero, cuando Luís, Hugo y yo emprendíamos el retorno, repasando mentalmente los interesantes, hermosos y emotivos momentos vividos. Antes de llegar a Antofagasta, hicimos un alto en el monolito que marca el Trópico de Capricornio, que atravesábamos por segunda vez.



Hugo y Luís posan en los primeros minutos del sábado 6 de enero junto al monolito que marca el Trópico de Capricornio.

( Continuará)

3 Comments:

At enero 22, 2007 5:42 a. m., Blogger Coralya said...

Don Francisco, que bellas fotos y momentos comparte con nosotros los blogeros.
Me alegro mucho que recorra y disfrute el tiempo, más si es junto a sus hijos.
Espero que este año para ustedes sea fenomenal y no dejen pasar ningún instante sin decirse lo mucho que se quieren, a veces el tiempo no es nuestro mejor aliado y lo perdemos cuando menos lo esperamos.
Gracias por compartir sus vacaciones y paseos, me hace recorrer y conformarme, ya que este año nuevamente para mi, será sin un merecido descanso, pera ya vendrán tiempos mejores.
Un beso y un abrazo a la distancia y todo mi cariño para su familia.

Jarenla

 
At noviembre 29, 2017 5:16 p. m., Blogger chenmeinv0 said...

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At diciembre 25, 2021 1:41 p. m., Blogger menna said...

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