jueves, diciembre 20, 2007

Paseo por la vastedad del Norte Grande

En la primera tarde de nuestra visita a Antofagasta, Ida descansa junto a la escultura al Padre Alberto Hurtado, en la esquina de Arturo Prat con Matta.

“Antofagasta principia en una huella,/ donde el sol fue la vívida simiente:/ Antofagasta guarda entre su frente/ levadura de océanos y estrella”. (Andrés Sabella).

Hola amigos:
Ida y yo visitamos, recientemente, cinco lugares del Norte Grande, Antofagasta, Calama, San Pedro de Atacama, Iquique y Arica, en un periplo nuevo para ella, pero que a mi me permitió recorrer, nuevamente, los dorados senderos del recuerdo. También, pasamos, por algunas horas, a la ciudad peruana de Tacna, en un viaje que nos regaló, en una rara coincidencia, una muy grata e increíble sorpresa. El 27 de noviembre, salimos a las 9.20 horas desde Concepción y arribamos a las 14.15 al aeropuerto de Cerro Moreno, tras una escala de dos horas en Santiago. Minutos después, viajábamos en un vehículo colectivo hacia la ciudad, donde la vastedad del desierto y la inmensidad del océano Pacífico se dan la mano, en un diálogo eterno de gigantes.
Antes de llegar al hotel, divisamos a nuestra izquierda el ancla, blanca, de 18 metros, que el industrial Jorge Hicks, gerente de la Compañía de Salitre de Antofagasta, de propiedad de José Santos Ossa, hizo pintar en 1868 para guiar al primer barco que arribaría al entonces principal puerto salitrero.








La plaza Colón, pulcramente aseada, lucía engalanada por jardines y árboles floridos, mientras la torre del reloj emitía las campanadas de las seis de la tarde.


Después de instalarnos en el hotel, nos apresuramos para salir a recorrer el centro, los paseos peatonales Arturo Prat y Matta, donde una abigarrada muchedumbre se desplazaba despreocupada. En la unión de estas dos arterias sobresale la escultura del Padre Alberto Hurtado, que había sido creada por la artista Francisca Cerda, e inaugurada en octubre de 2005. La plaza Colón, pulcramente aseada, lucía engalanada por jardines y árboles floridos, mientras la torre del reloj, una réplica del Big ben, de Londres, donada por la colonia británica con motivo del primer centenario, en 1910, emitía las campanadas de las seis de una tarde gratamente tibia.
La belleza arquitectónica de muchos de sus edificios constituye otro punto de interés para el visitante a la ciudad. En la foto aparece la antigua residencia construida por el inmigrante español Manuel Jiménez, en Matta y Baquedano.
Enseguida, visitamos el barrio histórico y otros sectores de la moderna urbe nortina, incluidos la pinacoteca y el museo que funciona en la casa del escritor antofagastino Andrés Sabella. Escribió, entre otras obras el libro “Norte Grande”, que dio el nombre genérico a la zona que comprende el Desierto de Atacama. A esa hora, la mayoría de los cafés había suspendido la atención al público, porque la rotura de una matriz poco antes del mediodía del domingo 25, provocó una gigantesca inundación, millonarias pérdidas y el corte del suministro en la mitad de la ciudad. Esa tarde, la situación comenzaba a normalizarse.
Como colgada del cielo azul profundo, el ancla toca el cerro. Desde allí indica a los barcos que surcan los mares donde está el puerto.
Ida no se acostumbraba al cambio extremo del paisaje. Desde el pasado, el poeta y escritor antofagastino, Andrés Sabella, explicaba que “para el ojo habituado al cerro maduro de verde del Sur, el rotundo y desnudo cerro gris de la pampa casi no lo es… Cerro viril hasta la exageración, este enorme cerro llegó tarde al reparto de flores de la Creación”.

El edificio de la capitanía de puerto, donde se rodó la teleserie Romané, es fotografiado por turistas.

El miércoles 28, al mediodía, viajamos a Mejillones, en una primera travesía en bus por medio de una pizca del vasto desierto calcinado por un sol inclemente, que instala, en la reverberación, un espejo tembloroso que parece cortar la base de los cerros lejanos y hacer levitar sus conos grises.
El viento pampino, que peina las planicies a través de los tiempos, hace flamear las pequeñas banderas, de Chile o de Colo Colo, que sus familiares o amigos han instalado en numerosos cenotafios, animitas, de diversas formas, situados a las orillas de la ruta. También, el viajero observa, con curiosidad, los basureros instalados por las autoridades, que los usuarios de la carretera parecen observar y usar, porque se ve muy limpia, en contraste de las de otros caminos del país.

Esta locomotora hizo miles de viajes entre Antofagasta y Bolivia. Ahora reposa en un parque de Mejillones.

En la bonita ciudad, donde el compositor Gamaliel (Gamelín) Guerra “tenía un amor”, como el también autor de Antofagasta Dormida nos relata en su canción, visitamos su casa museo, el balneario y un parque en el que se destaca una locomotora que perteneció al ferrocarril que unía a la capital de la Segunda Región y Bolivia. De regreso, suspendimos nuestra proyectada visita a La Portada, porque Ida sufría en sus ojos los efectos de la elevada radiación ultravioleta, del viento muy seco de la pampa y del polvo que nublaba el aire. Al atardecer, hicimos un breve paseo por el centro, en medio de recomendaciones hechas por muchas personas, en el sentido de que nos cuidáramos mucho de los delincuentes que pululaban por las arterias peatonales, el mercado y puntos de interés turístico, donde atacaban especialmente a los forasteros. Todos coincidían en que los lanzas “trabajaban” tranquilos, porque contaban con la ausencia de carabineros. En los tres días en que estuvimos en esa ciudad, sólo vimos a un policía quien, al parecer, realizaba una diligencia administrativa.
Cansancio. Pregunté a la jardinera el nombre de la flor que regaba. Pensó un momento y me respondió: Flor. ¿Sabe?... No me sé el nombre de las flores, aclaró.

Al día siguiente, paseamos por la avenida del Mar, la costanera más larga del país, con más de 20 kilómetros de extensión, y el muy bello Parque Brasil, muy bien cuidado, lleno de árboles y jardines, que representan un delicioso y fresco contraste que agradece el visitante. También, conocimos la imponente basílica Corazón de María (Parroquia Inmaculada Concepción). Después del mediodía, viajamos a Calama, antiguo tambo de la cultura Tiwanaku, que un río Loa, heroico y vital, atraviesa en un milagroso largo viaje, de 440 kilómetros, desde la Cordillera al mar. Pero, eso será tema de un próximo capítulo. En un punto de la hermosa costanera de Antofagasta, de más de 20 kilómetros de extensión, un paseante nos tomó esta foto, en los últimos minutos de nuestra visita a esa ciudad.