Atravesamos el Río de la Plata
Después de carretear, desganado, por la pista del Aeroparque Jorge Newbery, el avión de Aerolíneas Argentinas dio un brinco sobre el Río de la Plata, en cuyas aguas color chocolate un velero parecía detenido, pese a que el viento de la tarde hinchaba sus espléndidas velas multicolores. Desde el Occidente, el sol encendía un arco iris doble, en la cara de un gigantesco cúmulonimbus que desataba una tormenta sobre Buenos Aires. Desde la altura, disfrutamos del inmenso mosaico formado por los rectángulos de diversos cultivos, en distintos tonos de verde. Era como si los campesinos uruguayos nos dieran una amable bienvenida con una sinfonía de agradables colores. Y, en menos que canta un gallo, la aeronave del vuelo AR1210 se posaba sobre la losa del Aeropuerto de Carrasco, en Montevideo.
En la avenida 18 de julio visitamos la Fuente de los Candados. La leyenda dice que "si se le coloca un candado con las iniciales de dos personas que se aman, volverán a visitarla y su amor vivirá por siempre".
Dos hermosas jóvenes montevideanas, con simpática paciencia, respondieron amablemente mis múltiples preguntas sobre el mate, bebida tradicional de los uruguayos que beben con deleite, pese al amargor de la yerba, en cualquier lugar y circunstancia.
El tango es la otra pasión de los uruguayos. En las tardes, en las plazas, grupos de personas se reúnen y bailan tangos y milongas.
En cifras porcentuales, los uruguayos son los mayores consumidores de mate en el mundo. Estadísticas señalan que un 85 por ciento lo beben, en cualquier lugar y circunstancia. En el elegante barrio de Carrasco, vi a una pareja hacerlo bajo la intensa lluvia que caía en la tarde del lunes. Sólo en los buses está expresamente prohibido consumirlo, porque muchas personas se clavan la bombilla en el paladar u otras partes de la cavidad bucal, cuando los vehículos frenan en forma brusca e intempestiva.
En la fresca mañana del domingo, bajo un limpio cielo azul, paseamos por avenida 18 de julio en dirección al poniente, donde visitamos la plaza Cagancha, en cuyo lado sur este se encuentra el majestuoso edificio de la Corte Suprema de Justicia. En el medio de la avenida, se levanta la estatua de la Libertad u Obelisco de Montevideo. Una cuadra y media más allá, ingresamos a la plaza Ingeniero Juan Pedro Fabini, en cuyo corazón contemplamos el monumento El Entrevero, creado en homenaje a los héroes anónimos uruguayos.
En la misma dirección, a sólo tres cuadras de distancia, la Plaza de la Independencia marca el límite entre la Ciudad Vieja y el sector céntrico, conocido antes como Ciudad Nueva. En su centro, se levanta una gran estatua del héroe nacional José Gervasio Artigas, cuyas cenizas reposan en un mausoleo subterráneo, que los viajeros visitan en respetuoso silencio.
El ánfora contiene las cenizas mortales del héroe nacional uruguayo José Gervasio Artigas.
En una esquina se alza el palacio Salvo, que con sus 95 metros de altura, fue en 1928, el segundo más alto de Suramérica, después del edificio Barolo, de Buenos Aires, levantado en 1923. En una de las esquinas de esa manzana, funcionó la fuente de soda La Giralda, donde en 1917, la orquesta típica de Roberto Firpo interpretó, por primera vez, el tango La Cumparsita, compuesto por el uruguayo Gerardo Matos Rodríguez.
El palacio Salvo fue tras su inauguración el segundo más alto de Suramérica.
Pocos metros más allá, pasamos junto a la Puerta de la Ciudadela, fundada en 1742. Hasta 1829, Montevideo estuvo cerrado por una muralla que la protegía de posibles invasiones. Caminamos dos cuadras por calle Sarandí y llegamos a la Plaza de la Matriz, llamada así por la Catedral Metropolitana, o, Plaza Constitución, porque allí se juró la primera Carta Fundamental, el 18 de julio de 1830.
La plaza Zabala de Montevideo, una plaza íntima y pequeña, como la describió el actor y escritor chileno, Rafael Frontaura.
Y, mientras el sol de mediodía brillaba y calentaba con mayor intensidad y no se veía un alma en esas calles desiertas, arribamos a la Plaza Zabala, que yo conocía desde los años sesenta, a través del libro “Trasnochadas” de Rafael Frontaura. El célebre actor, escritor y poeta chileno la calificaba como “una plaza íntima y pequeña” Y añadía que “no es una plaza para las retretas,/ de los días domingos o de tedio,/ es una plaza para los poetas,/ que sufren una pena sin remedio”. Cruzamos la puerta de la antigua reja metálica que la cierra y observamos la estatua ecuestre de Mauricio Bruno de Zabala, quien fundó la ciudad de Montevideo. Ida conversa con dos vecinas que descansan a la sombra de un árbol, otras dos comparten un mate, mientras sus hijos juegan montados en los corderos metálicos laterales que forman parte del monumento.
Dos amables vecinas nos tomaron esta fotografía durante nuestra breve visita a la Plaza Zabala.
Después de almorzar en el mercado, regresábamos a nuestro hotel para capear el calor. Al llegar a una esquina, un taxista frenó bruscamente su vehículo y apuntó con su índice a un niño de unos once años, de cuya presencia no nos habíamos percatado. El muchacho, que circulaba por la vereda del frente a la nuestra, se sintió sorprendido y huyó. El conductor nos advirtió:
- Cuidado, no salgan a la calle con sombreros para protegerse del sol, ni usted, señora, con cartera, porque se convierten en presa fácil de esos delincuentes – enfatizó, y siguió su marcha.
Luego, nos dimos cuenta de que muy pocas mujeres usan cartera. El taxista que nos había llevado desde el aeropuerto al hotel nos alertó contra los peligros que acechan a los turistas, especialmente en la Ciudad Vieja, pese a que existe una policía dedicada a proteger a los visitantes. Desde que asumió el gobierno izquierdista de Tabaré Vásquez, aseguró, la delincuencia callejera crece, sin parar, en Uruguay. Yo tengo que llevar un revólver, desde que sufrí un asalto, añadió.
La puerta de la Ciudadela marca el límite entre la Ciudad Vieja y la urbe moderna de Montevideo.
El lunes, contratamos un City tour, que pese a que ya habíamos visitado más de la mitad de los lugares de atracción turística, resultó muy conveniente, porque nos permitió conocer otros aspectos interesantes sobre los lugares que visitamos, la ciudad y el país. Esa tarde, sentados en un banco de una plaza montevideana pasábamos revista a los más hermosos instantes vividos durante la jornada, mientras los pájaros hacían hervir, con sus aleteos, las hojas de un árbol frondoso y, en medio de un concierto de trinos, buscaban el mejor lugar donde pasar la tibia noche de febrero.
Ida posa junto a uno de los fornidos bueyes que tiran La Carreta, el hermoso monumento escultórico montevideano.
El martes, después de hacer un último y rápido recorrido por el centro comercial de la urbe, regresamos a Buenos Aires y, desde allí, el miércoles a San Pedro de la Paz, en la Región del Bio Bío, en el sur de Chile. Al dejar la ciudad, irrumpieron nítidos en mi memoria estos versos de Rubén Darío que leí cuando niño: “Montevideo, copa de plata,/ llena de encantos y de primores./ Flor de ciudades, ciudad de flores, / de cielos mágicos y tierra grata”. Tenía toda la razón.
5 Comments:
Que bueno saber de usted don Francisco, aunque sea por este medio.
Mucha dicha siento al saber que se encuentra bien y de las vacaciones disfrutadas en familia que tan bien nos hacen.
Mil gracias por todos sus buenos deseos siempre y pido para que su salud lo siga acompañando por mucho tiempo más, para gozar del grato descanso y para que siga junto a su señora, conociendo tantos lugares lindos y llenos de enseñanzas y vivencias.
Un abrazo a la distancia y todo mi cariño para ustedes como familia.
Coralya
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