viernes, octubre 12, 2007

Penas y alegrías de la vida


Esta foto familiar fue captada el 19 de agosto de este año, con motivo de mi cumpleaños número 67. Aparecen, de pie María José Gatica Acuña y su mamá, Jeanette Acuña; mi esposa Ida Neira y yo; Hugo Gatica y Nancy Muñoz Arévalo; Francisco Gatica Neira y su esposa Marcela Salas con mi nieto Martín Alejandro en sus brazos. En primera fila, Ana Rosa Gatica Acuña, con Sofía Francisca Gatica Gatica en brazos, Luis Hernán Gatica Neira y Tomás Eduardo Gatica Salas.


Hola amigos:

Después de nueve meses sin postear, reanudo ahora mi blog, porque quiero compartir con ustedes algunas experiencias vividas en este periodo. En abril, gané una segunda batalla contra un viejo enemigo, el cáncer. Salí del enfrentamiento con mi bandera izada al tope, flameando feliz al viento de la vida, gracias a Dios, a la excelencia del médico que me intervino quirúrgicamente, a los abnegados cuidados que recibí de mi esposa, Ida, y al cariño que mis hijos, Francisco, Luís y Hugo, mi familia y amigos me brindaron en esos días difíciles. Pero, estoy consciente de que “la contienda es desigual”.
Sin embargo, un acontecimiento que me ha llenado de alegría ha sido el grato reencuentro con mi prima Edith Vila Gatica, a quien no veía desde abril de 1955. En esa ocasión, mi hermano Jorge Fernando y yo disfrutamos de la hospitalidad de su familia, en su residencia situada en Palermo 330, en Chillán. Entonces, conocimos a su esposo, don Jorge García, y a su suegro, don Teodoro, de quienes guardamos muy gratos e imperecederos recuerdos. Durante esa fugaz estadía, conocimos también a nuestra abuela paterna, Ana Sepúlveda, viuda de Gatica. Yo tenía sólo 14 años de edad.

Sendos sueños inquietantes

En relación con mi salud, he sobrevivido al ataque de dos carcinomas, porque los he detectado a tiempo y me he sometido a tratamientos adecuados y oportunos. Todo empezó cuando sendas pesadillas encendieron luces rojas de alarma en el tablero de mi conciencia. Cuando era niño, oía a mi madre, Ilda, y a mi abuela, Rosario, advertirnos que era “muy malo soñar con aguas turbias”. “Siempre ocurre una desgracia, uno o un familiar cercano se enferma o muere”, aseguraban.

Fachada del Hospital del Salvador, donde fuí sometido a intervenciones quirúrgicas en marzo de 1995 y abril de este año.

En septiembre de 1994, por primera vez, soñé con un pantano al que fluían oscuras aguas torrentosas. Días más tarde, al hacerme mi aseo bucal cotidiano observé una pequeña mancha blanca en la encía inferior derecha. Frente a la persistencia de esa leucoplasia acudí a mi dentista, Brígida Sanhueza Rozas, quien me sometió a un tratamiento con diversos medicamentos, enfocado a descartar males menores, fácilmente tratables. Pero, el 3 de febrero de 1995, la odontóloga accedió a mi solicitud de que me sometiera a una biopsia. Días después, el patólogo, José Schalper P, concluyó que padecía de un carcinoma de la mucosa oral. Se había extendido al hueso del maxilar. El doctor Dagoberto Ojeda Saldivia y otros cirujanos me operaron el 6 de marzo de 1995, en el Hospital del Salvador, en Santiago. Felizmente, las células neoplásicas, malignas, no habían alcanzado a hacer metástasis. La operación duró diez horas y la hospitalización, 37 días.

Un segundo mal sueño.

En marzo reciente, soñé que mi madre, quien había fallecido el 17 de mayo de 2006, y yo, acodados en la baranda del río Mapocho, observábamos las aguas. Me di vuelta para llamar a Ida con el propósito de que nos acompañara. Pero, al retornar la vista al cauce, mi madre ya no estaba a mi lado y la oía gritarme desde abajo, pidiéndome ayuda. Al mirar hacia el poniente, vi, aterrorizado, que un torrente de agua oscura subía estrepitoso contra el sentido natural de la corriente. Ese mismo día, pedí al doctor Francisco Marchesani Carrasco, que me hiciera una biopsia de tejido epitelial del lado derecho de la boca.
Doce años después de la primera resección de un tumor un paciente debería de estar libre de una recaída, pero éste no fue mi caso. Un inocente liquen plano bucal se había convertido en maligno. El prestigioso cirujano oncológico Manuel Barría Sáez, me extirpó el nuevo tumor, el lunes 9 de abril, en el mismo establecimiento asistencial. La operación duró sólo una hora y salí de alta el viernes 13. Pero, como un francotirador despiadado, el mal me acecha sin cesar. Las biopsias post operatorias concluyeron que tengo displasia epitelial moderada, en la cara interna de la mejilla derecha. Esas células premalignas pudieran generar nuevos tumores. Sólo hay que estar atento para prevenirlos y tratarlos apenas sean detectados. Y, que sea lo que Dios quiera.

Un grato reencuentro

Pero, no todo ha sido gris en estos últimos meses. Me he reencontrado con mi prima, Edith Vila Gatica, viuda de García, y he conocido a sus hijos, distinguidos profesionales, quienes integran una hermosa familia que me llena de satisfacción y orgullo.




Mi prima Edith, Chita, como la nombramos en forma cariñosa, ex reina de los Juegos Florales de Chillán, mantiene inalterable su belleza y distinción.

El viernes, 22 de junio, Ida y yo la visitamos en su departamento, en el sector de Tobalaba, en Santiago. Pese al paso de los años, Chita, como la llamamos en forma cariñosa, ex reina de los Juegos Florales de Chillán, mantiene inalterable su belleza y distinción. “Al influjo de su mirada, el cielo amanece más azul”, decía mi padre cuando nos la describía, en el ya lejano 1954, en nuestro hogar, en Purén. No exageraba. Durante mi lejana niñez, cada vez que leía un cuento de hadas, era ella quien tocaba con su varita mágica a alguna niña llorosa y le devolvía la alegría. Ahora, ella dedica una parte importante de su tiempo a realizar labores de voluntariado, en beneficio de la infancia.
Esa tarde, en su departamento, en una conversación muy grata, pero demasiado corta, pasamos revista a un arco iris de recuerdos familiares, antes de despedirnos.
El viernes, 31 de agosto, Ida y yo volvimos a visitarla. En esa ocasión, transitamos por algunos tramos de la historia de nuestros ancestros, desde cuando el coronel de Ejército Exequiel Gatica Bravo se casó con mi abuela Ana Sepúlveda, quien era directora de la escuela que funcionaba en su fundo en Quillón, en las postrimerías del siglo IXX. En un futuro blog me referiré, con mayor profundidad, a ese respecto. Necesito más información sobre la presencia de los Gatica en Chile.
Esa tarde, tuvimos la alegría de conocer a nuestros sobrinos Teodoro Juan, Carmen Edith y María Ana García Vila.


Mi sobrino Jorge García Vila y su esposa Marcela posan mientras el ejecuta, con maestría, su arte de hacer exquisitos asados.

Al mediodía siguiente, Chita, Carmencita y su esposo Werner Yáñez Muñoz, afable e inteligente interlocutor, nos llevaron a pasear a la parcela que Jorge García Vila tiene cerca de Peñaflor, en medio de un bello paisaje. El, su esposa Marcela, y su hijo Benjamín, de 11 años de edad, derrocharon jovialidad y cariñosas atenciones que contribuyeron a convertir nuestra estadía en su hogar, en una grata experiencia inolvidable.
Jorge hizo gala de su arte culinario, al preparar exquisitos asados, y de su chispeante e ingenioso buen humor, que me trajo a la memoria la personalidad de su abuelo, don Teodoro García. Algunas de sus fotografías adornan una de las abigarradas paredes de su living comedor, cubiertas también por trofeos, antigüedades, y valiosos objetos de decoración. La espléndida residencia es rodeada por prados embellecidos por carretillas cubiertas con plantas florecidas y numerosos elementos de labranza y hermosos carruajes antiguos.



En la fotografía, Benjamín García, de 11 años, monta su caballo favorito. Parodiando unos versos que escuché hace mucho tiempo, podría decir: “En casa de mi sobrino Jorge García, donde hasta el viento canta que la esperanza nunca se pierde, trina la espuela y hasta el sauce es un huaso de poncho verde”.

Jorge y Benjamín son apasionados cultores de la tradición y la chilenidad. Ambos participan en una gama de actividades que incluye la fiesta linda del rodeo. Valga este botón de muestra: Su brillante participación en el torneo realizado en Aculeo permitió a ambos obtener seis puntos buenos y pasar al champion, durante las fiestas del 18 de septiembre, recién pasado.

Un día después, Ida y yo regresábamos a Concepción, llenos de gozo y cargados de lindos recuerdos. Coincidíamos con mi prima Edith en que nuestros padres, Francisco y Ana Gatica Sepúlveda, desde algún lugar, debieron de haber observado felices nuestro reencuentro. Como ven, las alegrías son más grandes que las penas de la vida.

Mi sobrina Carmencita, Benjamín, mi prima Edith y mi esposa Ida recorren parte de la parcela de Jorge, en Peñaflor.