lunes, marzo 17, 2008

Atravesamos el Río de la Plata

El monumento a la carreta, situado en el parque Batlle y Ordoñez, es una de las más admirables obras del género escultórico, creadas por José Leoncio Belloni.
Después de carretear, desganado, por la pista del Aeroparque Jorge Newbery, el avión de Aerolíneas Argentinas dio un brinco sobre el Río de la Plata, en cuyas aguas color chocolate un velero parecía detenido, pese a que el viento de la tarde hinchaba sus espléndidas velas multicolores. Desde el Occidente, el sol encendía un arco iris doble, en la cara de un gigantesco cúmulonimbus que desataba una tormenta sobre Buenos Aires. Desde la altura, disfrutamos del inmenso mosaico formado por los rectángulos de diversos cultivos, en distintos tonos de verde. Era como si los campesinos uruguayos nos dieran una amable bienvenida con una sinfonía de agradables colores. Y, en menos que canta un gallo, la aeronave del vuelo AR1210 se posaba sobre la losa del Aeropuerto de Carrasco, en Montevideo.

En la avenida 18 de julio visitamos la Fuente de los Candados. La leyenda dice que "si se le coloca un candado con las iniciales de dos personas que se aman, volverán a visitarla y su amor vivirá por siempre".
Minutos después, Ida y yo pedimos al conductor de un taxi que nos llevara al hotel Europa, situado en la calle Colonia, a una cuadra de la avenida 18 de julio, la principal arteria comercial y financiera de la urbe. Viajamos, primero, por una carretera rodeada de predios agrícolas, numerosas quintas y parques que abundan en esa zona de la ciudad y, después, por modernas y anchas avenidas. Rodeamos numerosas rotondas y plazas en las que sobresalían hermosos monumentos, en su mayoría con motivos patrios. En el poniente, la tarde pintaba rojas nubes en el cielo de Montevideo.







Dos hermosas jóvenes montevideanas, con simpática paciencia, respondieron amablemente mis múltiples preguntas sobre el mate, bebida tradicional de los uruguayos que beben con deleite, pese al amargor de la yerba, en cualquier lugar y circunstancia.

Después de que nos instalamos en la pieza 702, salimos a explorar el centro, donde circulaba mucho público, pese a tratarse de una noche de sábado. Los montevideanos parecen vivir en forma muy relajada, disfrutar de una tranquilidad que no se ve en las calles de otras ciudades, incluso en los días laborales. Nos sorprendió ver a muchos jóvenes caminar reposadamente bebiendo mate con sendos termos bajo el brazo. Otros llevaban materas – estuches de cuero donde transportan mate, bombilla, yerba y el termo con agua caliente- y se sentaban en un banco u otro lugar, en su plaza preferida y libaban su aromática, aunque amarga infusión, que compartían con sus parejas, integrantes de su familia o amistades.










El tango es la otra pasión de los uruguayos. En las tardes, en las plazas, grupos de personas se reúnen y bailan tangos y milongas.

En cifras porcentuales, los uruguayos son los mayores consumidores de mate en el mundo. Estadísticas señalan que un 85 por ciento lo beben, en cualquier lugar y circunstancia. En el elegante barrio de Carrasco, vi a una pareja hacerlo bajo la intensa lluvia que caía en la tarde del lunes. Sólo en los buses está expresamente prohibido consumirlo, porque muchas personas se clavan la bombilla en el paladar u otras partes de la cavidad bucal, cuando los vehículos frenan en forma brusca e intempestiva.


El monumento El Entrevero, creado por José Belloni, en homenaje a los héroes anónimos uruguayo, se alza en medio de la pila en la plaza Fabini.
En la fresca mañana del domingo, bajo un limpio cielo azul, paseamos por avenida 18 de julio en dirección al poniente, donde visitamos la plaza Cagancha, en cuyo lado sur este se encuentra el majestuoso edificio de la Corte Suprema de Justicia. En el medio de la avenida, se levanta la estatua de la Libertad u Obelisco de Montevideo. Una cuadra y media más allá, ingresamos a la plaza Ingeniero Juan Pedro Fabini, en cuyo corazón contemplamos el monumento El Entrevero, creado en homenaje a los héroes anónimos uruguayos.
La estatua de la Libertad, u Obelisco de Montevideo se levanta en el centro de la avenida 18 de julio, en la plaza Cagancha.
En la misma dirección, a sólo tres cuadras de distancia, la Plaza de la Independencia marca el límite entre la Ciudad Vieja y el sector céntrico, conocido antes como Ciudad Nueva. En su centro, se levanta una gran estatua del héroe nacional José Gervasio Artigas, cuyas cenizas reposan en un mausoleo subterráneo, que los viajeros visitan en respetuoso silencio.



El ánfora contiene las cenizas mortales del héroe nacional uruguayo José Gervasio Artigas.

En una esquina se alza el palacio Salvo, que con sus 95 metros de altura, fue en 1928, el segundo más alto de Suramérica, después del edificio Barolo, de Buenos Aires, levantado en 1923. En una de las esquinas de esa manzana, funcionó la fuente de soda La Giralda, donde en 1917, la orquesta típica de Roberto Firpo interpretó, por primera vez, el tango La Cumparsita, compuesto por el uruguayo Gerardo Matos Rodríguez.











El palacio Salvo fue tras su inauguración el segundo más alto de Suramérica.



Pocos metros más allá, pasamos junto a la Puerta de la Ciudadela, fundada en 1742. Hasta 1829, Montevideo estuvo cerrado por una muralla que la protegía de posibles invasiones. Caminamos dos cuadras por calle Sarandí y llegamos a la Plaza de la Matriz, llamada así por la Catedral Metropolitana, o, Plaza Constitución, porque allí se juró la primera Carta Fundamental, el 18 de julio de 1830.
La plaza Zabala de Montevideo, una plaza íntima y pequeña, como la describió el actor y escritor chileno, Rafael Frontaura.
Y, mientras el sol de mediodía brillaba y calentaba con mayor intensidad y no se veía un alma en esas calles desiertas, arribamos a la Plaza Zabala, que yo conocía desde los años sesenta, a través del libro “Trasnochadas” de Rafael Frontaura. El célebre actor, escritor y poeta chileno la calificaba como “una plaza íntima y pequeña” Y añadía que “no es una plaza para las retretas,/ de los días domingos o de tedio,/ es una plaza para los poetas,/ que sufren una pena sin remedio”. Cruzamos la puerta de la antigua reja metálica que la cierra y observamos la estatua ecuestre de Mauricio Bruno de Zabala, quien fundó la ciudad de Montevideo. Ida conversa con dos vecinas que descansan a la sombra de un árbol, otras dos comparten un mate, mientras sus hijos juegan montados en los corderos metálicos laterales que forman parte del monumento.


Dos amables vecinas nos tomaron esta fotografía durante nuestra breve visita a la Plaza Zabala.

Después de almorzar en el mercado, regresábamos a nuestro hotel para capear el calor. Al llegar a una esquina, un taxista frenó bruscamente su vehículo y apuntó con su índice a un niño de unos once años, de cuya presencia no nos habíamos percatado. El muchacho, que circulaba por la vereda del frente a la nuestra, se sintió sorprendido y huyó. El conductor nos advirtió:
- Cuidado, no salgan a la calle con sombreros para protegerse del sol, ni usted, señora, con cartera, porque se convierten en presa fácil de esos delincuentes – enfatizó, y siguió su marcha.
Luego, nos dimos cuenta de que muy pocas mujeres usan cartera. El taxista que nos había llevado desde el aeropuerto al hotel nos alertó contra los peligros que acechan a los turistas, especialmente en la Ciudad Vieja, pese a que existe una policía dedicada a proteger a los visitantes. Desde que asumió el gobierno izquierdista de Tabaré Vásquez, aseguró, la delincuencia callejera crece, sin parar, en Uruguay. Yo tengo que llevar un revólver, desde que sufrí un asalto, añadió.
La puerta de la Ciudadela marca el límite entre la Ciudad Vieja y la urbe moderna de Montevideo.
El lunes, contratamos un City tour, que pese a que ya habíamos visitado más de la mitad de los lugares de atracción turística, resultó muy conveniente, porque nos permitió conocer otros aspectos interesantes sobre los lugares que visitamos, la ciudad y el país. Esa tarde, sentados en un banco de una plaza montevideana pasábamos revista a los más hermosos instantes vividos durante la jornada, mientras los pájaros hacían hervir, con sus aleteos, las hojas de un árbol frondoso y, en medio de un concierto de trinos, buscaban el mejor lugar donde pasar la tibia noche de febrero.
Ida posa junto a uno de los fornidos bueyes que tiran La Carreta, el hermoso monumento escultórico montevideano.
El martes, después de hacer un último y rápido recorrido por el centro comercial de la urbe, regresamos a Buenos Aires y, desde allí, el miércoles a San Pedro de la Paz, en la Región del Bio Bío, en el sur de Chile. Al dejar la ciudad, irrumpieron nítidos en mi memoria estos versos de Rubén Darío que leí cuando niño: “Montevideo, copa de plata,/ llena de encantos y de primores./ Flor de ciudades, ciudad de flores, / de cielos mágicos y tierra grata”. Tenía toda la razón.

martes, marzo 11, 2008

Un corto, pero lindo viaje

Los cuatro interesados y alegres viajeros, Ida, yo, Tomasito y mi hijo Francisco visitamos la galería Pacífico, en calle Florida, momentos después de haber arribado a Buenos Aires.
Hola amigos:
Hoy, quiero compartir con ustedes las vivencias de un corto, pero lindo viaje que Ida y yo hicimos entre el 19 y el 27 de febrero a Buenos Aires y Montevideo. El periplo se había gestado hacía unas dos semanas en la casa de Francisco Eduardo, como un inesperado regalo de cumpleaños para su hijo mayor, Tomás Eduardo Gatica Salas, quien deseaba conocer la capital argentina. Se trataba de un justo premio por los excelentes resultados que obtuvo en su año escolar. Una tarde, mientras Ida y yo le visitábamos en su hogar, nos extendió la invitación a nosotros, pero debíamos hacer los preparativos con mucha reserva, porque sus padres querían darle una sorpresa.










Tomás muestra, emocionado, sus pasajes de ida y vuelta a Buenos Aires, durante su fiesta de cumpleaños.
Durante una once realizada el 15 de febrero, con motivo de cumplir ocho años de edad, tras abrir los regalos de todos los presentes, Francisco preguntó a Tommy:
- Que te regalé yo?
- No sé…¿Qué será…?, interrogó, dubitativo.
- Este es mi obsequio – dijo Francisco, extendiéndole los pasajes de ida y vuelta a Buenos Aires. Tomasito los miraba, temblando de alegría y emoción.

La sorpresa de vernos en el aeropuerto de Pudahuel se refleja en el rostro de Tomás, al entrar en la sala de embarque del aeropuerto de Pudahuel.
Sin embargo, ignoraba que Ida y yo iríamos con el y su papá. Guardamos el secreto hasta el final. El martes 19 de febrero, nos juntamos, alrededor de las 13.40, en la sala de embarque del aeropuerto de Pudahuel. Tommy tuvo su segunda sorpresa, porque pasada la medianoche le habíamos dejado en el Terminal de buses de Collao y, como por arte de magia, pocas horas después, le esperábamos allí en Santiago.

Tomás baila feliz cerca del obelisco pocas horas después de haber arribado a la capital argentina, en la noche del martes.










A las 15.10, salimos con rumbo a la Cordillera de Los Andes en el vuelo, LA 445. y a las 18.05, hora local, llegábamos a Ezeiza. Después de instalarnos en el hotel Frossard, en Tucumán al llegar a Maipú, salimos a recorrer el centro bonaerense y en la cálida noche porteña, Tommy bailaba feliz junto al Obelisco.
El miércoles 20, en la mañana, visitamos diversos lugares turísticos y, luego, ellos fueron al zoológico, el Luna Park y otros sitios interesantes. Mi nieto destacaba que lo que más le gustó fue el espectáculo ofrecido por las focas y lobos marinos. También, le impresionó el dragón de Comodo, que tiene el parque bonaerense.

"En la hora incierta de la tarde, cuando los ángeles derraman lo imposible", como dijo un escritor anónimo, visitamos el famoso Café Tortoni.




Ida y yo acudimos al histórico y prestigioso Café Tortoni, “en esa hora incierta de la tarde, cuando los ángeles derraman lo imposible”, como señaló un autor anónimo. El establecimiento situado en avenida de Mayo 825, ha sido desde 1858, punto de reunión de intelectuales y artistas argentinos, americanos y europeos, entre los que sobresalen, Jorge Luís Borges, Alfonsina Storni, Carlos Gardel, Luigi Pirandello, Federico García Lorca, Pablo Neruda, Arturo Rubinstein, y muchos otros. Sus paredes, siempre iluminadas, exhiben una abigarrada muestra de obras de arte, dibujos, pinturas, vitrales, esculturas, fotografías, objetos antiguos que representan una parte importante de la historia del local y de la ciudad, en cuyo corazón está situado.

Vivimos un grato encuentro con un pasado que muchos argentinos y extranjeros veneran.

Al fondo del espléndido local, en un pequeño museo, un grupo de poetas argentinos y españoles nos invitaron a participar en una tertulia y, a la izquierda, otros artistas ofrecían a los parroquianos un espectáculo de canto y baile y un curso de tango. Penetramos en la pequeña, pero acogedora sala. En el proscenio, una pareja ensayaba los pasos de una milonga. En fin, vivimos un grato encuentro con un pasado glorioso de la literatura, las artes y la bohemia bonaerense, que muchos argentinos y extranjeros veneran todavía.
En medio del calor achicharrante del mediodía, Francisco y Tomás posan cerca de la Casa Rosada.
El jueves, Francisco y Tomás visitaron Caminito, la Bombonera, el famoso estadio de Boca Juniors, y otros lugares de interés. Ida y yo fuimos a la ciudad de La Plata, situada a unos 56 kilómetros de Buenos Aires, en un tren que salió a las 10.30, desde la imponente estación General Roca. Literalmente, fue un viaje duro y largo, porque los sufridos pasajeros debimos ocupar mortificantes asientos de metal, mal pintados de azul, y soportar la lentitud de un convoy que cubre esa distancia, similar a la que separa a Concepción de Santa Juana, en más de una hora y media. Una pasajera me contaba que usar ese medio de locomoción es muy riesgoso, porque numerosos delincuentes suben a “trabajar” a los carros, en las horas cumbre, especialmente en la estación de Quilmes, sin que la policía les moleste.

Al fondo, la imponente catedral neogótica de la Inmaculada Concepción, de La Plata.


Al mediodía, arribamos a La Plata y, después de almorzar, fuimos al centro. En el trayecto, desde el taxi, disfrutamos de la belleza de algunos de sus decenas de monumentos, sus numerosos parques y sus anchas avenidas. Después de que Buenos Aires fue declarada capital del país, los gobernantes decidieron construir una urbe que funcionara como cabeza de la provincia. Es una de las pocas en el mundo proyectadas antes de que fuera construida.







Una de las torres de la Catedral, captada desde la altura de su compañera.




El ingeniero francés, Pedro Benoit diseñó su centro administrativo y la imponente catedral de la Inmaculada Concepción, que comenzó a ser levantada en 1884, dos años después de la fundación de la ciudad. Las obras finalizaron en 1999, cuando se le instalaron las torres, de material más liviano, que no amenazara la integridad de la inmensa construcción, levantada sobre terreno muy húmedo y cruzado por un canal subterráneo. Tras visitar el museo, subimos en el ascensor a una de ellas, desde donde contemplamos maravillados, desde unos 65 metros de altura, el hermoso paisaje arquitectónico.

Desde una de las torres de la catedral, a unos 65 metros de altura, vemos al fondo el edificio de la Municipalidad de La Plata.
Momentos después, volvíamos a la estación de Ferrocarriles para regresar a Buenos Aires. Antes de subir al tren, un guardia ferroviario me sorprendió mientras captaba una vista del convoy y me advirtió que no lo hiciera, porque estaba prohibido fotografiarlo. No supo darme una razón. Al parecer, la medida obedece a vergüenza institucional, por el deplorable estado en que se encontraba. Mientras nos cruzábamos con otros trenes que volvían a La Plata, observamos como corrían llenos de trabajadores, con sus bicicletas, muchos de ellos sentados en las pisaderas, pese a las recomendaciones formuladas por las autoridades. Pero, esa nube gris fue demasiado pequeña y no alcanzó a oscurecer, para nada, el hermoso panorama del que habíamos disfrutado. Sólo lo menciono para que quienes vayan a esa bella ciudad, modelo urbanístico en América, elijan otro medio de transporte si desean ir en forma cómoda y segura.

El viernes teníamos proyectado ir los cuatro a la ciudad de Tigre para navegar en catamarán por el río Paraná. Pero, San Isidro descargó una lluvia persistente que, si bien moderó un poco la elevada temperatura ambiente, nos obligó a quedarnos en la capital.






Ida, Tomás y yo somos retratados por Francisco, en las afueras de la Iglesia de la Recoleta.


En la mañana, visitamos el interesante museo de la Iglesia de la Recoleta y, después de almuerzo, el Museo Participativo de Ciencias, donde se advierte al público que está “Prohibido NO tocar” y que pueden entrar quienes tengan entre tres y 90 años de edad. Mi nieto hizo gala de sus conocimientos y habilidades en la mayoría de los experimentos que el establecimiento ofrece a sus visitantes. Y, el sábado, en la mañana, nuestros compañeros de viaje regresaron a su casa, en San Pedro de la Paz, donde Tommy les mostró a su mamá, Marcela y a su hermano Martín, las innumerables fotografías y videos que captó y les describió, en detalle, los interesantes lugares que conoció. Había cumplido un sueño. Horas después, Ida y yo salíamos hacia Montevideo, la hermosa capital uruguaya. Pero, ese será tema de mi próximo relato.
Tomasito participa en una de los experimentos durante nuestra visita al Museo Interactivo de Ciencias en el barrio Recoleta.