De San Pedro a San Pedro (III)
"En tierras blancas de sed/ partidas de abrasamiento,/ los Cristos llamados cactus/ vigilan desde lo eterno./ Soledades, soledades, de salados peladeros./ La tierra crispada y seca/ se aparea con sus muertos..."
Estos versos del poema "En tierras de blanca sed", de Gabriela Mistral, con los que comienzo esta tercera nota sobre el viaje que Luís, Hugo y yo hiciéramos en la primera semana de enero a San Pedro de Atacama, se colaron en mi memoria, mientras regresábamos a La Serena, en el primer día de nuestro retorno a casa.
A unos seis kilómetros de Chañaral, cerros de maicillo oscuro son veteados por franjas de basalto negro que siguen rutas caprichosas desde su cima hasta el suelo, formas que representan un notorio contraste con la homogeneidad cromática del desértico paisaje.
En otra parte, sobre la cima de una loma, se alza un modesto monumento al minero, hecho de metal, con un recipiente cargado de piedras a su espalda. Con su mano derecha, sostiene una lámpara minera y una bandera que flamea al viento del desierto.
En muchos lugares, a orillas de la carretera, decenas de cenotafios, las animitas, "arquitectura sin viviente/ ni cadáver/ templo mínimo/ mausoleo a la muerte anónima"…" como las define el fotógrafo y poeta Juan Forch, en su libro "Animitas templos de Chile", rinden silencioso homenaje a sus muertos. La mayoría de ellas se ven muy bien cuidadas y tienen variada y artística arquitectura. Una representa una iglesia, otra, una pequeña construcción cubierta con placas patente de vehículos, sobre una tercera, ondea la bandera chilena, muchas son pequeñas casitas pintadas de blanco. Un hombre escala, con visible esfuerzo, una empotrada en la cima de un cerro, a la vera de la ruta, en medio de la soledad atacameña, tal vez con el propósito de remozarla y orar por el descanso del alma de un muerto querido.
Llegamos a Copiapó alrededor de las 16.30 horas. Visitamos su iglesia catedral, construida en madera y tabiquería, a mediados del siglo pasado. Su museo atesora y muestra una parte importante del patrimonio religioso de esa región, desde la época de la Colonia. En el centro de su plaza de Armas, se alza el monumento a la Minería, esculpido en mármol de Carrara.
Seguimos hacia La Serena, a donde arribamos a las 23.30, aproximadamente. Después de descansar un rato, hicimos un rápido recorrido, en automóvil, por las calles de la ciudad, donde visitamos el faro y su Plaza de Armas, que exhibía todavía luminosos adornos navideños, y su catedral iluminada. Nos fuimos a Coquimbo, donde resalta la Cruz del milenio y observamos, desde cerca, la festiva actividad nocturna en la concurrida plaza Arturo Prat.
En la mañana del domingo, visitamos el embalse Puclaro, que forma un hermoso lago artificial de aguas transparentes, color verde claro, entre los cordones montañosos que rodean al valle de Elqui. Tiene capacidad para empozar 200 millones de metros cúbicos de agua en una superficie de 760 hectáreas, y asegura el riego de 20 mil hectáreas de tierras cultivables. Recorrimos la parte superior de su imponente muro de 80 metros de alto por 400, de largo y compramos algunos souvenir en uno de sus puestos de venta de productos de la zona.
Allí, adquirí unos siete copaos, fruto de un cactus denominado palo de agua. Su carne es muy parecida a la de la tuna, sólo que es más blanca y su sabor, muy ácido. Se la consume con azúcar o miel de copao. Al parecer, es rico en vitamina C y saponinas, sustancias que se emplean en la preparación de una amplia gama de productos, algunos de ellos relacionados con la salud. Pobladores de Gualliguaica, caserío situado a unos 10 kilómetros al oeste de Vicuña, lo cosechan y venden. Pero, podría convertirse en una alternativa de producción agrícola en zonas con escasez de agua en el norte chileno.
Seguimos hacia Vicuña, la principal ciudad del valle de Elqui, habitada por unas 22 mil personas. En su plaza de Armas, sobresalen las llamadas "Dos hermanas", la torre Bauer, el símbolo más tradicional de la localidad, que el ex alcalde Adolfo Bauer trajo en 1905, desde la ciudad alemana de Ulm, para recuerdo de sus antepasados germanos, y la de la iglesia, ubicada en la esquina encontrada. Esta última fue fundada en 1909, en reemplazo de la antigua iglesia de La Merced, que había sido destruida en 1903 por un terremoto.